Dentro de las opciones de Cuina Oberta, una de las que tenía más claras era ésta.
Hacía mucho que había estado en
Alejandro del Toro (Calle Amadeo de Saboya número 15, 46010 Valencia, teléfono 963 934 046) y ya tenía ganas de volver, así que la decisión estaba tomada y además, al ser madrugador, al intentar reservar no tuve problemas.
El local está reformado, desde la vez anterior que estuve, ha ganado en amplitud de espacio y luminosidad, aunque hay detalles que no fueron de mi agrado, como las lámparas de lágrima, elaboradas con materiales modernos, y esa cruz luminosa en aspa en el centro del comedor. Todo es cuestión de gustos. Yo también sustituiría el cubo amarillo de hielo del champagne de la marca Clicquot, por uno más discreto, a ser posible de acero, metacrilato o cristal.
El servicio, en líneas generales, es correcto. Sobre todo, atendiendo con aparente agrado las necesidades del cliente.
Las mesas amplias, muy bien vestidas y equipadas, como corresponde a un restaurante de este nivel. El resto del mobiliario también es de mi gusto.
La excepción, para mí, fue el vaso de agua de color rojo que destaca y desentona. ¿No dicen que para gustos los colores? Pues eso pasa, la cristalería de color no me gusta, ya lo he comentado en otras ocasiones.
El menú, que no era conocido por nadie hasta la llegada al restaurante, ya que se publicitaba en la web de Cuina Oberta, condicionado a la oferta de mercado, estaba compuesto por tres entradas al centro, un plato de arroz meloso y un postre. No estaba incluido ni el pan ni las bebidas ni el café.
No obstante, al pan nos invitaron. Sorprende que fuesen panes de barra en lugar de piezas individuales, seguramente para reducir el coste del menú.
Como el patrocinio de Cuina Oberta corre a cargo de Cervezas Cruzcampo, tomé una con los aperitivos. Además porque la “reserva” de Cruzcampo es una cerveza que me gusta, aunque es una excepción dentro de la gama de esta marca.
El primer aperitivo era una sopa de lentejas de puy al curry con jamón de bellota y huevo cocido a 63º. Impresionante la perfección en la forma del huevo, seguramente elaborado en el baño de una
Ronner. La sopa de lentejas de sabor muy sutil. Fue el plato que más me gustó.
El siguiente un tomate relleno de brandada de bacalao con infusión de sardina al limón.
El tomate nada destacable y a la infusión no le encontré los sabores que anunciaba el menú.
Finalizamos los aperitivos con un tartar de aguacate, foie y salmón, coronado por unas huevas de trucha. Iba acompañado de
wasabi. Me llamó la atención la utilización de tres ingredientes tan grasos juntos (aguacate, foie y salmón) con el único contrapunto de las huevas.
El plato principal fue un arroz meloso de carabineros con ajos tiernos. Era un plato bien elaborado y un sabor muy casero, pero sin entusiasmar. Me sorprende que en un menú cerrado se ponga de plato principal un arroz, sin opciones para elegir otra cosa, como ocurría en la mayoría de restaurantes de Cuina Oberta.
De postre dos texturas de chocolate, espuma y helado.
Para beber, además de la cerveza pedimos un Guitian fermentado en barrica. Enfriado en el momento, según nos explicó Yaneth, la sumiller, mediante un sistema ultrarrápido, para evitar que la larga permanencia de las botellas en los refrigeradores perjudique a los corchos y existan pérdidas de estanqueidad y consecuentemente entrada de aire. Yo le pregunté si ese sistema tan agresivo no perjudicaba al vino, pero me aseguró que no. El servicio del vino estuvo muy cuidado, incluso nos sugirió un cambio de copas a mitad de la botella para apreciar mejor algunos matices del vino tras la evolución desde su apertura. El vino mejoró mucho con las copas de balón que utilizamos en segundo lugar.
Una nueva edición de Cuina Oberta, que cada vez me convence menos. Se me ocurre que debía haber dos categorías de restaurantes en la próxima edición. No es lo mismo trabajar por 20 ó 30 euros, con unos gastos fijos mínimos, que hacerlo con unos gastos de personal e instalaciones por encima del coste del menú, además de la materia prima.
