Hasta las lentejas necesitan su propia banda sonora.
Hay personas que disfrutamos mucho de los placeres que nos ofrecen nuestros sentidos. Y este goce resulta imposible de limitar a un solo sentido. Así pues, el disfrute del sentido del gusto va necesariamente unido a la capacidad de disfrute de los demás sentidos.
A la vez, resulta difícil o imposible el gozar de uno de nuestros sentidos cuando existen estímulos externos que maltratan a otro de ellos.
Voy a poner algunos ejemplos.
Es difícil gozar de una buena comida si el comedor huele a ambientador, a fritanga o pescado (o cualquier aroma que no debería salir de la cocina), a perfume intenso e insufrible o a cosas peores.
Es difícil sentirse a gusto comiendo en un lugar en el que hace mucho frío o mucho calor, en el que los asientos son incómodos o los antebrazos tocan una textura desagradable (como imagen ilustrativa va bien la de un hule mugriento).
Es complicado relajarse para un buen festival gastronómico cuando los ojos se sienten agredidos por una decoración horrible (tipo cuadro de terciopelo con la imagen de un ciervo atacado por agresivos perros de presa con todo lujo de detalles sanguinolentos), por señales inequívocas de falta de limpieza en paredes, suelos y manteles o por una iluminación desagradable (la luz fría, me disgusta hasta el punto de amargarme una comida).
Todo esto parece obvio pero lo que no parece tan obvio es la importancia del oído en el disfrute de un buen plato. Pues es fundamental. La música, aunque no seamos conscientes de ella, es capaz de generar un estado anímico, de crear un ambiente en el que se pueda producir una historia creíble. Si no fuese así no existirían las bandas sonoras. En una película la música es capaz de ponernos en cualquier situación antes incluso de ver la imagen.
No entiendo que algunos restaurantes descuiden el tema de la música. Es como si, antes de abrir sus puertas al público, echaran basura por el suelo, vino sobre los manteles o insecticida como ambientador.
El volumen si que importa. Las personas acuden a los restaurantes como acto social en la mayoría de las ocasiones y desean conversar en ellos. Si la música está demasiado alta subirán el tono, lo que provocará que sus vecinos de mesa lo suban aún más y se produzca una reacción en cadena que convierta la sala en un lugar escandaloso e incómodo.
El tipo de música también importa. A mí me altera, hasta llegar a ponerme nerviosa, el sonido de las gaitas ¿os imagináis un menú degustación a golpe de gaita? Hay muchos géneros musicales que son inadecuados para comer. Siempre recordaré un restaurante de Galicia muy bonito y estrellado, no por su comida y debía de estar buena, sino porque sonaba “country” del más duro a un volumen altísimo, tanto que al minuto estábamos dando botes en la silla y, tras pedir amablemente un cambio de programa dos veces, sólo conseguimos una reducción del volumen.
Yo creo que un cocinero que no ame la música no puede ser un buen cocinero. Un creador de placer y belleza en un plato no puede dejar de mimar el oído, seguro que tiene la sensibilidad necesaria para elegir la música de su banda sonora con gran delicadeza y cariño.