La buena suerte y la fortuna son las más invocadas en todo el mundo cuando llega el final de año. En cada país se celebra de una manera diferente la llegada del año nuevo, aunque la más frecuente está relacionada con los fuegos artificiales y en todos los casos alrededor de la mesa, por razones obvias, dada la hora en que llega el nuevo año.
En España es tradicional tomar uvas con las campanadas, en Italia toman lentejas en la cena, en Holanda albóndigas, pero no con las campanadas, en Japón tañen las campanas de los templos durante 108 veces, pero no comen nada en cada campanada, solo sueltan una carcajada para alejar la tristeza y los malos augurios en el nuevo año.
Para mí la mejor manera de despedir un año y recibir el nuevo es con una buena cena, por eso cuando supimos que en Maralba la organizaban no tuvimos dudas.
El menú largo y de calidad, como es habitual en el restaurante de Cristina Díaz, jefa de sala y sumiller, y Francisco Martínez, jefe de cocina.
Sobre el local y su equipamiento me remito a las anteriores entradas (1 y 2).
La preparación de la mesa estaba muy bien cuidada, no faltaba detalle.
La noche empezó con unos snacks compuestos de chips de verduras de invierno. Similares a las patatas chips pero elaboradas con otros tubérculos distintos, generalmente nabo o napicol y chirivía.
Crujientes de piel de bacalao con brandada. Original corteza de mar, en lugar de las conocidísimas cortezas de cerdo.
Pan de olivas negras y anchoas. Finísimo pan tostado untado con una pasta que recuerda al tapenade.
Nueces en tempura y curry. Una presentación original para los frutos secos.
Seguimos con unas tapas. Corte de foie gras con pan de especias y vinagreta de vainilla y oporto. Recreación del tipico helado denominado "de corte" pero realizado con mi cuit de foie. Me quedo con éste.
Cigala envuelta en hongos y piñones. Fantástica. Una de las grandes realizaciones de la noche. Un sabor a marisco difícil de olvidar.
Ostra gelatinizada con su agua de coco y lima. Magnífica. Textura sorprendente y un excelente bocado.
Los platos principales, llamados así por distinguirlos de los anteriores pues de principales podían calificarse todos, fueron: Tournedó de vieira y papada con setas, flan de hongos y almendras. Junto con la cigala lo que más me gustó. No era una vieira de esas que ahora te ponen en todas partes, ésta era exquisita.
Canelón de pularda con vinagreta de trufas y foie gras. Un canelón de los de antes, rico en sabores y potencia aromática.
Calamar confitado en vinagreta de tinta y sopa de cebolla. Muy bueno, su problema era la calidad de todos los demás platos.
Dorada salvaje con verduras a la brasa, hortalizas, hinojo y jugo de asado. Lástima, se pasó un poco de punto.
Cochinillo ibérico, con manzanas, haba tonka y hierba luisa. Muy conseguido. Jugoso y crujiente.
De postre sopa de coco con chocolate, helado de crema quemada, espuma de jijona y crujiente de almendras. En la línea de casi todos los platos.
Para beber, primero un riesling Selbach 2008, muy agradable, con un excelente punto de acidez que le daba mucha frescura.
El tinto Viña Rufina reserva 2001 de la D.O. Cigales. Elaborado con la variedad tempranillo y una crianza de 24 meses en barrica.
Para el final el cava de la casa, etiquetado como Maralba, un excelente brut nature que ya conocíamos de otras ocasiones.
Como no podía ser de otro modo hubo cotillón, uvas y barra libre. También chocolate con churros de madrugada. Lástima que la música no era de mi agrado, pero no se puede pedir todo.
En dos palabras una nochevieja “in-olvidable”.
Nota añadida: Ha obtenido su primera estrella Michelín en la edición de 2012