Alguna vez tenía que tocar, ayer entré en un restaurante asiático, con un nombre muy corto "Yi", en la calle Antonio Suárez 15 de Valencia, muy cerca de los cines Babel.
Como era miércoles no había casi gente, pero bastante más que la que vimos en otros restaurantes al pasar. Algo se está notando, la gente sale menos a cenar y entre semana se encuentra sitio fácilmente en cualquier restaurante.
Tengo que reconocer que no soy muy aficionado a la cocina oriental, salvo honrosas excepciones. Nos decidimos por este sitio para probar el teppanyaki. Es una forma de cocina japonesa que utiliza la planta para preparar los platos. En el restaurante se dispone alrededor de la pancha una barra adosada que sirve para que los clientes se sienten enfrente y a los lados y vean como se preparan los alimentos.
El planchista o cocinero suele ser un malabarista de las espátulas, los cuchillos y los botes y botellas de ingredientes, pues los hace volar y deslizarse por la plancha, igual que los alimentos que esta trabajando. Además lo hace a una velocidad como si le estuviera persiguiendo un tigre.
Como espectáculo está bien, pero el resultado de los platos que nos presentaron flojeaba bastante. La abundancia de salsa de soja como condimento, y otros líquidos y aderezos que le ponen a todo mientras se está calentando en la plancha y le está dando azotes y revolcones, añadiendo nuevos elementos, como verduras y mantequilla, presagia que todo lo que sale de allí va a tener el mismo sabor. Y así fue.
En las sillas que hay alrededor de la plancha hay depositados unos kimonos o batas para protegerse de los salpicones de las maniobras del planchista. A unos clientes para hacerles una gracia les tiró adrede unos trozos de tortilla cuando la cortaba con las espátulas a un ritmo frenético. Y además le rieron la gracia. Está claro que soy un tío serio y aburrido.
De primero tomamos tempura de verduras, nada destacable de este plato, algo insulso y monótono. Lógicamente esta no se elaboró en la plancha, vino de dentro de la cocina.
Después atún en el teppanyaki. En primer lugar la pieza, además de pequeña, estaba mal cortada y llena de fibras. El sabor lo desconozco, sabia a salsa de soja y eso que lo pedí poco hecho para notar más el pescado.
El otro plato que pedimos fue pato. Elaborado como el atún. Filete de pato a la plancha, troceado, haciendo girar el cuchillo en el aire, aliñado con salsa de soja y las otras cosas que desconozco y al plato. Resultado, carne con sabor a salsa de soja.
Este restaurante tiene una carta de vinos que no es usual en los restaurantes asiáticos, por lo menos cuando yo frecuentaba los chinos. Elegimos un Enate crianza, variedades tempranillo y cabernet sauvignon. Es un vino que no suele defraudar, en esta ocasión también se comportó tal como se espera de él.
De postres pedimos una tarta de chocolate japonés, elaborada en el restaurante, que realmente estaba buena y era la única ración un poco generosa. La acompañamos de un helado de té verde. Helado que ya he probado idéntico en algún otro restaurante.
En conclusión, una cena, por casi sesenta euros, que no convenció y apenas llegó para saciar el apetito. El servicio muy solícito, atento y pendiente del servicio de vino. Como ya he visto lo que es el teppanyaki, no creo que tenga ganas de volver a verlo.