El día que cené en Maruja Limón cayó en mis manos un folleto de los nuevos cocineros gallegos, 17 cocineros y 14 restaurantes, ya no tenía problemas para elegir, ahora el problema eran los pocos días que me quedaban y de nuevo el problema volvía a ser elegir entre tantos.
La primera decisión fue por recomendación, ésta segunda ha sido intuitiva y a ciegas, no sabía que tenía una estrella Michelín, y ha funcionado muy bien. A veces dejarse llevar por lo que pide el cuerpo es acertado.
Elegí a Casa Marcelo, en la calle Hortas número 1 de 15705 Santiago de Compostela. Teléfono 981558580.
A pesar de las apariencias el restaurante está en esta dirección, pero hay que mirar bien o te pasas de largo. Exteriormente solo hay un nombre escrito en un cristal de la ventana, de una fachada muy modesta, pero dentro existe un mundo diferente. Ver la foto de la fachada.
Pero las sorpresas no acaban ahí, cuando estás en el comedor te das cuenta de que también estás en la cocina. No hay separación entre ambas piezas. Todo el equipo de cocina está a la vista de los comensales, a la vista y al oído, como en un teatro. Es habitual ver algunas cocinas a través de un cristal, pero aquí no hay nada, se oyen todos los comentarios sobre la preparación de los platos. En cuanto averigüé que mi mesa era la once pude seguir todo el proceso de mis platos “champiñones y menestra para la once” ya sabía que era mi plato.
El local recibe luz natural y artificial de apoyo. No puedo decir mucho más pues me quedé hipnotizado por la cocina de la que puedo dar muchos detalles, pero lo mejor es descubrirla.
La carta no existe, hay un menú degustación único, sin más. Del cual si no pides información no sabes nada, ni el precio, que lo averiguas cuando te presentan la cuenta. Tuve que preguntar en que consistía para poder elegir el vino. La ventaja es que se pueden pedir copas sueltas, con lo cual es relativamente fácil armonizar ambos.
El menú degustación se inició con un aperitivo de espuma de foie recubierto de palomitas de maíz. Buen contraste y sutileza de sabor en su interior. Una textura que se fundía en la boca dejando un reconocible sabor a foie.
En segundo lugar un plato de tomates fritos en tempura, sobre una base de wasabi. Me los comí con algunas dificultades, ya que el tomate tiene la mala costumbre de estallar cuando lo muerdes. Me gustó la combinación de tomate y la crema de rábano picante, aunque no picaba casi. Concesiones a la clientela, supongo.
Después vino uno de los platos que me sorprendieron, en cuanto a su presentación o puesta en escena. El cafeto-caldo. Se sirve con una cafetera italiana exprés. En el depósito del agua se coloca un caldo de verduras, en el cacillo del café verduras deshidratadas, bonito seco ahumado y algas marinas. El resultado es un caldo de verduras con un intenso sabor y aroma a bonito ahumado. Se sirve en un cuenco con huevas frescas de trucha en el fondo. Las huevas seguramente por el calor del caldo sufren un endurecimiento exterior, pero no es ningún problema para comerlas.
A continuación uno de los platos que más me gustó, sardinas del día marinadas con pimientos de padrón. Textura y sabor impecables. Ni una mínima escama de la sardina. Buena ración.
A este plato le siguió otro lleno de sabor y contraste. Huevo cocido a baja temperatura con un alga de nombre impronunciable por mí, autóctona gallega, según me dijeron, de textura entre gelatinosa y crujiente.
Por fin me llegó la menestra que había oído anunciar, con setas de temporada. Un conjunto de verduras crujientes, con vainas de guisantes, almendras tiernas crudas (que buenas) y al fondo un alioli muy suave. Muy buena.
Para continuar la ascensión le tocó el turno a la merluza, de Celeiro según me informaron. De la mejor merluza de pincho que se puede conseguir en España. Estaba francamente buena, tierna y jugosa. Sobre una salsa de aceitunas acompañada de aceite de oliva picual. Impresionante, el mejor plato de la comida. Sencillo pero magnífico.
Para continuar la ascensión le tocó el turno a la merluza, de Celeiro según me informaron. De la mejor merluza de pincho que se puede conseguir en España. Estaba francamente buena, tierna y jugosa. Sobre una salsa de aceitunas acompañada de aceite de oliva picual. Impresionante, el mejor plato de la comida. Sencillo pero magnífico.
Para acabar con lo platos salados uno de carne, lomo de ternera con nabiza (hoja tierna del nabo) y dados de tocino ibérico. La nabiza es una verdura impresionante, la he probado muy pocas veces, pero me encantó. Un plato sabroso y contundente.
Llegó el turno de los postres. El primero piña colada. Helado de piña con palomitas de coco nitrogenadas con ron. Espectacular, al servirlo sale un humo producido por el frío del coco nitrogenado. Muy aparente. Buena idea basada en la piña colada. Se lleva la decostrucción de las cosas, pero hace falta imaginación, aquí la hay.
Como segundo postre un dulce que recordaba el sabor de la torrija, pero muy suave y elegante. Me gusto mucho.
Al final con el café de la marca Illy, trufas nitrogenadas. Está de moda el nitrógeno. Que le pregunten a Dani de Calima.
La carta de vinos es relativamente amplia, pero incómoda, va en un cartón enorme que se hace difícil de manejar. No obstante está equilibrada, en cuanto a su contenido.
Yo pedí un Pedralonga barrica 2006. Vino de la variedad albariño que ha reposado en barrica con batonage durante seis meses. Un vino diferente a los que estaba acostumbrado. Lo elegí pensando en la armonía con la mayoría de los platos, cumplió a la perfección.
El plato de carne lo acompañé de una copa de tinto Ribeiro Tarabelo 2006, pero no lo entendí bien.
Una comida memorable. Empezando por el espectáculo de la cocina y continuando por el servicio y la buena resolución de los platos.
Total 98,98 euros, que no está mal para lo servido. El menú son 60 euros, lo demás agua y vino. No digo que sea barato, pero hay placeres que valen más de lo que cuestan.