Estoy gratamente sorprendido del nivel de la gastronomía gallega. Pero hay una cosa que aún me ha gustado más, y es la organización que existe entre algunos de los mejores representantes de la nueva cocina y la camaradería que entre ellos existe. Al menos entre los que he podido contactar. Se han constituido en un grupo de nueva cocina, grupo nove, y cada vez que te presentan la cuenta te dan un folleto para que conozcas quienes son los otros cocineros del grupo.
En este conjunto se encuentra Pepe Solla, alma mater del restaurante Solla. En Avenida Sineiro número 7, de 36005 San Salvador de Poio, Pontevedra. Teléfono 986872884. También tiene una estrella Michelín.
El edificio es una maravilla de construcción tradicional, pero el interior es de los que a mí me gustan, luminoso y acogedor. La mitad de la pared del restaurante es un ventanal por el que entra la luz a raudales. Durante el día no necesita ningún apoyo de luz artificial. En la foto se aprecia lo que digo. En la decoración predominan dos colores el blanco y el wengué.
Las mesas de buen tamaño, separadas convenientemente unas de otras, bien vestidas, y bien equipadas. Copas Schott.
Muy buen servicio, atento, pendiente de los detalles y muy correcto.
Pepe está al tanto de todo lo que pasa en la sala, desde una posición discreta controla los detalles y participa cuando lo cree conveniente.
La carta de vinos es fácil de resumir, hay de todo. Un principio de vinos gallegos, luego denominaciones españolas y después vinos de prácticamente casi todo el mundo.
Yo elegí, con la ayuda de Pepe Solla, un Contraaparede 2004 de Adega Eidos. Es un vino que ha permanecido en depósitos durante tres años y ocho meses. Se han producido solo 2000 botellas. Es de color dorado intenso y aromas alimonados. Muy elegante. Armonizó perfectamente con todos los platos del menú, incluso con la carne y las navajas.
Ahora me doy cuenta que este vino es de la misma bodega que el que tomé en Maruja Limón, el Veigas de Padriñan. La verdad es que están haciendo muy buen producto, los dos me encantaron, lástima que sean difíciles de encontrar por Valencia. Pero los buscaré.
Con los postres tomé un riesling vendimia tardía, de George Breuer. Un vino algo botritizado y con aroma de compota de naranja. Me gustó bastante.
La carta de platos, muy completa, con claro predominio de la gastronomía local, llevada a una actualización exquisita, según lo que probé. Hay un menú degustación por 68 euros que recoge una buena muestra de la carta. Yo me decanté por él, ya que no tengo opción de venir varias veces a probar distintos platos por separado.
Empezamos por unos aperitivos, un cóctel de gin tónic, pan de aceitunas con paté de anchoas y gazpacho con una bolita de sandía. Todos exquisitos. En este momento como estaba yo solo en el comedor iba todo un poco apresurado, se me amontonaban los platos en la mesa, pero en cuanto empezó a llegar gente esto se normalizó.
A continuación me sirvieron una bechamel de patata y cebolla, curiosa y agradable.
El plato siguiente, muy bueno, navajas lima-limón. Producto de primera calidad.
Luego vinieron unas sardinas marinadas con sorbete de gazpacho. El pepino estaba en el fondo cortado en brunoise. No sé si se debe a que el pepino no se congela bien o era solo por darle variedad al plato. Me gustó bastante.
Le siguió una croqueta líquida. Imaginación al poder. Estaban todos los sabores, la bechamel líquida y espumosa, el marisco, la cebolla caramelizada. Muy original.
Continuó el desfile con un salmonete con guisantes en tres texturas. Estaba el guisante natural, en crema y en espuma. Rico y muy fino el conjunto de sabores.
Después una merluza en escabeche templado sobre una base de verduras. Todo bien menos el caldo del escabeche, lo encontré muy fuerte para mi gusto, dominaba el vinagre de un modo escandaloso. Tengo que decir en descargo del plato que soporto muy mal el vinagre.
Le llegó el turno a la carne, una pechuga y un muslo de pichón en un perfecto punto de cocción. A mí me gusta poco hecha la carne. Iba sobre un pan de maíz y una espinacas al dente muy sabrosas.
Ahora era el momento del queso. Un queso artesano elaborado especialmente para este restaurante. Muy cremoso, se sirve con cuchara. Con un puntito algo ácido. Muy sabroso. Recuerda algo al Arzua-Ulloa, pero con una textura muy diferente. Iba acompañado de compota de manzana y dulce de membrillo. Exquisitas las dos cosas.
Los postres eran sobre todo originales. Con una buena conjunción de los sabores de los elementos que intervienen y muy equilibrados entre sí.
El primero fue un montaje de cerezas con yogurt, y algo más, ya que era un postre muy trabajado.
Después una Tarta de Santiago 2009. Así me la cantaron. Se trata de una tarta deconstruida, donde sus elementos están en el plato pero sin interferir entre ellos. Había turrón, bizcocho y caramelo toffé.
Los petit fours que acompañaron al café eran un capuchino, rico, rico y dos texturas de chocolate. Una no llegué a entenderla, pasó sin pena ni gloria, la otra sí, era una trufa exquisita.
Total 102,19 euros con iva incluido. Me parece barato.
Un episodio más de mi glorioso periplo por la cocina gallega, en este caso en la cima de los pocos que son.
Pepe Solla estuvo atento y muy amable durante la comida. Después estuvimos departiendo unos minutos sobre otras opciones para orientarme sobre el mundo de la gastronomía local. Me encantó que me estuviera haciendo recomendaciones de otros colegas sin ninguna reserva sobre las excelencias de los demás. Una actitud digna de elogio.
Espero volver lo antes posible.