Praga es una ciudad bonita, sin duda, llena de magnífica arquitectura y de mucha música. También hay turistas, muchos turistas, sobre todo españoles, es un destino elegido por muchos de nosotros. La oferta gastronómica es abundante, pero dirigida principalmente al turista de salchicha y menú del día barato. La cocina checa se basa fundamentalmente en las carnes condimentadas con salsas, como el goulash o asadas, principalmente pato o cerdo, acompañadas de knedlíky, una especie de masa elaborada con pan o/y patata, que sirven como acompañamiento en casi todos los platos, en lugar del pan.

En nuestra primera incursión gastronómica nos dirigimos a un restaurante que está ubicado en una especie de centro cultural municipal, se da la circunstancia que en su comedor se rodó parte de una película que acabábamos de ver, Yo serví al Rey de Inglaterra, y nos apetecía mucho comer en él. El edificio exterior e interiormente es majestuoso.

El local de estilo modernista es magnífico, vale la pena comer allí solo por disfrutar de la sensación de que te has trasladado en el tiempo. Abundan los dorados y la decoración es bastante recargada, pero parece que es lo que tiene que ser. Todos los detalles están muy cuidados y el servicio es atento. Las cartas están en inglés y el nombre de algunos pescados no es reconocible. El tipo de cocina es internacional con inspiración francesa, haciendo honor al nombre del restaurante.

Aunque teníamos decidido abusar de la excelente cerveza checa, los precios de los vinos nos disuadieron enseguida de pedir alguno de ellos. Por curiosidad vimos algunos conocidos, de origen español, que triplicaban los precios “de las cartas” de aquí. ¡Y nos quejamos de lo que nos cuesta el vino en los restaurantes españoles!

Elegimos tres entradas, de las cuales una no la tenían, se trataba de un montadito de anguila ahumada. Lástima. Uno de los entrantes, que sí nos sirvieron, fue el vitello tonnato, una especie de carpaccio o fiambre de vacuno con salsa de atún. Se trata de una receta típicamente italiana. En nuestro caso la carne estaba cruda, aunque la receta original se elabora con una carne asada y servida fría. Estaba bueno, lo mejor de la comida.

La segunda entrada, casi no la vimos, un milhojas (dos) de higos (uno) con queso de cabra y chutney de sandía. Acompañado de un poco de rúcola y pimiento asado. Insulso, escaso y sin ninguna gracia.

De platos principales pedimos un pescado, en la carta ponía pejesapo, parecía rape, envuelto en jamón, acompañado de un pastel de patata y cebolla, sobre una cama de espinacas. Se dejaba comer bien.

El otro plato principal que tomamos fue un típico muslo de pato asado, relleno de col sobre una base de col lombarda, acompañado del típico knedlíky de pan y patata. El plato resultaba algo seco a pesar de la salsa. Es una constante en todos los sitios donde comimos, la excesiva cocción de los alimentos y sobre todo de la carne que siempre resulta seca.

No nos atrevimos con los postres.

En conclusión, un entorno asombroso para una comida sin alicientes. Pagamos 2400 coronas, que al cambio son 96 euros, más un 10% del servicio, que no está incluído, otras 240 coronas, que son casi 10 euros más. La ilusión que llevábamos y la sensación de los recuerdos de la película lo valían.

La dirección es Plaza de la República 5 (Namesti Republiky) 11000 Praha. Teléfono +420-222002770. Nunca se sabe si os puede ser de utilidad.