Hoy toca cena en este restaurante. Éramos tres personas y nos apetecía conocerlo. Está abierto casi tres años, lo cual supongo que le permite haber consolidado su línea o estilo.
Está situado en la calle Blanquerías número 12, en 46003 Valencia, junto a las Torres de Serranos, como dicen ellos. Teléfono 96 391 11 06.
Es un local de decoración moderna, no muy espacioso pero nada agobiante. Las mesas, dispuestas en dos filas a lo largo del comedor, son amplias y están bien vestidas y equipadas. Incluso las copas, sin ser especiales, resultan adecuadas. Lo malo son las sillas, de plástico puro, vamos pvc o similar. Te levantas con las piernas sudadas y eso que no hacía calor dentro.
El local tiene buena sonoridad, no molestan las conversaciones de las demás mesas, y a pesar de ser local de fumadores, no hay humo, lo que indica que hay una buena extracción. La iluminación es buena.
El personal se nota bastante preparado y conoce su oficio, pedí un Campari y me marché al aseo, cuando volví estaban esperándome para servir el bitter delante de mí, aunque el servicio del vino adolece de continuidad. Te sirven la primera copa y se olvidan de ti. Además marcan ellos el ritmo, quisimos pedir unas cuantas cosas y dejar para después una segunda comanda y nos dijeron que no, que lo pidiésemos todo seguido sino luego no nos podían garantizar que algo no llegase. Hicimos caso, pedimos todo a la vez y aún así nos faltó un plato, nos trajeron el postre y se olvidaron del último plato que habíamos pedido. Nosotros también nos olvidamos, pero no lo teníamos apuntado como ellos.
Hay una bodega de cristal climatizada en la misma sala. La carta de vinos no es muy extensa pero tiene suficientes referencias de bastantes sitios, incluidos champagnes y vinos dulces. Los precios algo elevados. Nos cobraron por dos copas de manzanilla 8 euros, cuando la botella en tienda vale 5-6 euros. Tomamos Agustí Torrelló para los primeros platos y después Luís Cañas, crianza de la D.O. Rioja. El cava en su punto de frío y servido en una cubitera con abundante hielo. El rioja justo de temperatura, pero no le dimos tiempo de que se calentase. No obstante nos ofrecieron una cubitera, si queríamos.
La carta de comida es bastante extensa, con predominio de tapas de inspiración andaluza, con un aire de modernidad. También con algunos precios elevados. Nos llamó la atención el precio del secreto ibérico.
Pedimos croquetas de perdiz escabechada que estaban buenas. Berenjenas crujientes a la miel, recubiertas de un rebozado tipo tempura, no eran crujientes pero estaban buenas, la textura me gustó. Después cazón en adobo. Buena la textura del pescado pero excesivamente avinagrado, el cava rechinó con el vinagre. Deberían tener en cuenta este detalle, seguro que una gran proporción de los clientes cena o come con vino. A continuación lasaña de txangurro (centollo), por ningún sitio se notó el sabor del centollo. Era una empanada, no una lasaña. Nome gustó. El siguiente plato fueron los canelones de berenjena rellenos de confit de pato y foie. El confit estaba dentro pero el foie no lo encontré. Me gustó pero... no sé, le faltaba algo. Se quedaron sin servir unos saquitos de morcilla con habitas baby. No sé si fue para bien o para mal.
Los postres fueron elegidos por el camarero, nos sirvió unas torrijas de horchata con helado de nata. Estaban buenas pero no sabían a horchata. De segundo coulant de chocolate con helado de vainilla al pedro ximénez. Correcto.
El café no estaba bueno, llevaba una elevada proporción de torrefacto. Somos uno de los pocos países del mundo que se empeñan en tomar esta café tostado con azúcar quemado.
En conclusión una cena con algunos altibajos que no me emocionó.
El precio pagado por persona 39 euros. Eso habiendo tenido cuidado con el vino que escogíamos.