En nuestro periplo por las cocinas regionales o étnicas de Valencia, elegimos este restaurante que tiene en su carta algunos platos tradicionales de la gastronomía catalana.
Está ubicado en la calle Pintor Vilaprades número 6 de Valencia, teléfono 963 848 948, entre Juan Llorens y Ángel Gimerá.
El local, que desde el exterior da la sensación de ser pequeño, es bastante grande gracias a una ampliación de lo que debió ser un patio interior reconvertido en comedor.
Las mesas son algo justas, sobre todo las de cuatro personas, por lo que tuvimos que pedir que nos añadiesen una pequeña y poder estar suficiente anchos. Esto gracias a que era víspera de puente y no había problemas de espacio para esta maniobra.
Estaban cubiertas con un leve camino de mesa. Ya he dejado constancia otras veces de mi desagrado cuando no hay mantel completo. Nunca estará tan limpia una superficie de madera u otro material como un mantel bien lavado, sobre todo si es blanco. Además para gustos los colores
La carta refleja la especialidad de este local, ya que dispone de unas buenas brasas donde se preparan muchos de los platos que ofrecen.
La carta de vinos no es muy extensa pero hay suficientes referencias para satisfacer a un comensal no muy exigente. Nosotros elegimos un Raimat, de la DO Costers del Segre, elaborado con un 100% de Merlot de la cosecha del 2006 que nos gustó bastante.
El pan se sirve tostado, acompañado de ajo, aceite y tomate para preparar el típico pan con tomate. Para darle un poco de “chicha” pedimos un plato de jamón que tenía buen sabor.
Le siguió al jamón un calamar elaborado en las brasas que estaba bueno.
Después tomamos unos caracoles “a la llauna”, los cuales no fueron consumidos del todo por parecernos que les faltaba el suficiente periodo de purga que se les aplica a estos gasterópodos. No obstante dimos buena cuenta de la mitad de la bandeja.
A continuación tomamos unas alcachofas, también elaboradas a la brasa. Estaban buenas y bastante tiernas.
El plato siguiente fue el que nos motivó para de venir a este restaurante, los calçots. Servidos en la típica teja de barro y acompañados de la imprescindible salsa romesco. Nos enseñaron a pelarlos con mucha facilidad y disfrutamos con nuestros baberos y estas cebollas tiernas asadas impregnadas de la salsa. Hicimos una buena escampada de cenizas en la mesa, circunstancia que se debería prever y solucionar para que la comida no transcurra con estos restos presentes hasta el final.
Nos sirvieron después una butifarra catalana acompañada de unas patatas asadas a la brasa que nos parecieron exquisitas.
De pescado pedimos un bacalao, también a la brasa, envuelto en su propia piel de forma que el interior estaba perfectamente asado sin tener restos de brasa o ceniza.
El plato de carne elegido fueron unas chuletitas de cabrito lechal asadas también a la brasa. Realmente tiernas y sabrosas. Nos sacaron otro plato de patatas asadas para acompañarlas al ver que nos habían gustado tanto las anteriores.
Aún nos quedó espacio para compartir tres postres, un sorbete de mandarina.
Una tarta de castañas y nueces.
Y un coulant de chocolate con helado de vainilla.
La comida fue extensa pero no excesivamente abundante, tomamos ocho platos compartidos, lo que equivale a dos por persona, y tres postres, pagando por esta comida 41 euros por persona. Una buena relación calidad precio.