Parece contra toda lógica establecer un negocio de restauración, abierto todo el año, en un pueblo con un censo en 1998 de 43 habitantes. Según dice la página tollos.net es el pueblo más pequeño de Alicante. Pues aquí, dos emprendedores, de origen británico, rehabilitaron la vieja escuela de los niños del pueblo y abrieron este restaurante en el año 2001. No os puedo dar la dirección exacta pues no figura en ningún folleto ni tarjeta, pero se localiza con facilidad en la parte alta del pueblo, que lógicamente no es muy grande. Los teléfonos 965 518 328 y 686 790 870. En la página web se puede consultar la carta y los excelentes precios. Para llegar al pueblo yo salí de Cocentaina. Resulta útil un buen mapa o un GPS.
El local conserva un aire muy rústico, tiene varios niveles y diversos comedores, tanto de interior como en terraza.
Las mesas están bien equipadas y con buen espacio entre ellas. Las copas son aceptables. El problema es la carta de vinos, parece que no está muy actualizada, con muchas ausencias y algunos vinos que no figuran en ella. Ni siquiera recuerdo cual tomamos, ya que la elección fue bastante caótica. Es evidente que no me dejó huella en la memoria.
La cocina si es el fuerte de este restaurante. De estilo tradicional fusionada con cocina inglesa y algún detalle exótico, dado el origen de los propietarios. El cocinero es uno de los dueños y todos los platos pasan por sus manos, lo que a veces provoca algún retraso.
Como éramos varios, celebrando el cumpleaños de un querido amigo, pedimos las entradas al centro y luego cada uno su plato de segundo. También compartimos algunos postres.
Empezamos con unas croquetas de jamón y sabor a caldo de carne. Muy bien elaboradas y sabrosas. Todo un clásico de muchos restaurantes.
Seguimos con una ensalada templada de espinacas, nueces, patatas fritas, bacon, maíz y carlota rallada.
Después una sorpresa, queso de cabra tostado con chutney de piña al curry. Exquisito y, como dije, sorprendente la buena ligazón de la piña con el curry y con el queso de cabra.
También pedimos un crep de espinacas, elaborado con una fina masa al horno, relleno de espinacas (lógico), piñones, queso y pasas. Me pareció muy bueno.
De platos principales pedimos pollo al curry con arroz, jengibre y coco. Una salsa de curry estilo tailandés muy lograda. Alguno de los comensales la pide siempre que acude allí.
Otro de los platos, venado con grosellas. La carne al punto, tierna y sabrosa, acompañada de una mermelada casera de grosellas. Este fue mi plato, lo disfruté mucho.
Entre los platos elegidos había un cordero relleno al horno con hierbas de la montaña.
También filetes de pechuga de pato con salsa de naraja.
De postres, como era un cumpleaños, tuvimos tarta con velas. Estaba elaborada en el restaurante, con bizcocho de chocolate con frutas del bosque y nata.
También probamos un pastel de chocolate con avellanas y Frangélico, acompañado de helado de vainilla. Sabroso el chocolate.
El último de los postres, una tradicional tarta de manzana inglesa casera, acompañada con helado de vainilla. Muy buena.
Salvo el apartado de los vinos, todo estuvo a muy buena altura. Bien elaborado y abundante. Los precios rozan lo increíble, una media de 20 euros por persona más la bebida, pero lo más increíble es la existencia de un restaurante de este nivel en un lugar tan recóndito y sin embargo tan frecuentado, era domingo y estaba lleno.