Hace muchos años que conocía la existencia de este restaurante, desde que estaba en la población castellonense de Altura, después supe que se había trasladado a Viver, también de Castellón 12460, en la calle Cazadores número 3, teléfono 964 141 258.
Han pasado muchos años, más de diez, y seguía sin visitarlo, quizás esperando la ocasión propicia, pero esta no llegaba. Por fin me decidí a visitarlo y allá que nos fuimos, hasta Viver sin más objetivo que comer en Thalassa.
El local es de reducidas dimensiones, conté unas siete u ocho mesas. Está en un semisótano, con buena luz natural. Las paredes decoradas en blanco, rojo y negro, bien combinados. La música irregular, a veces era suave y relajante y otras sonaba algo agitada. Pero es cuestión de gustos.
Las mesas son espaciosas, al menos para dos personas, había una preparada para cuatro personas compuesta por dos mesas como la nuestra. Luego el espacio se respeta tal y como lo teníamos nosotros. Están bien equipadas, tanto la mantelería como la cubertería y la vajilla muy bien escogida. Me gustó. El único pero se lo pongo a la cristalería, las copas, aunque son de marca Zwiesel, no ponía la marca completa que actualmente es Schott Zwiesel, las encontré algo pesadas.
El servicio perfecto. El ritmo de salida de los platos muy uniforme, la explicación de cada plato escueta pero completa. Pedimos cubitera para el tinto y la tuvimos. Al final salieron a preguntarnos como había ido la comida, solo cabía una respuesta “Muy bien”. La atención me gustó mucho. Sencilla, afable y correctísima.
La carta es bastante reducida pero con cosas muy interesantes, en el menú degustación se incluye algún plato que no aparece en la carta. Hay cosas tan interesantes como lasaña de verduras con bechamel de setas, tarrina de foie con puré de mango o solomillo de vaca de León cebada, con aceite de almendras y tomillo. El resto de platos son algunos de los que tomamos.
La mayoría de vegetales que utilizan son de producción propia y orgánica, según dice la carta. Me lo creo, tenían muy buen sabor.
Hay dos menús degustación, uno de tres platos y postre, por 25 euros y otro de cinco platos y postre por 39 euros, tomamos este. A todos los precios hay que añadirles el iva.
La carta de vinos me pareció bastante interesante, hay suficiente donde escoger, no necesita ser demasiado extensa cuando está bien equilibrada.
El vino que elegimos fue un Emilio Moro 2005, de la DO Ribera del Duero. Variedad tinto fino, con 23 días de maceración y 12 meses de crianza en barrica francesa y americana al 50%. Un buen vino, muy expresivo, con elegantes aromas terciarios, minerales, regaliz, café y tabaco. Evolucionó muy bien a lo largo de la comida. 27 euros más iva.
De aperitivo nos sirvieron unas aceitunas negras y algo muy original y refrescante, melón con menta. Buena idea para un aperitivo sencillo y gustoso.
El primer plato de la entrada fue una crema de tomate con una croqueta de helado de queso azul, con alguna hoja de menta. Un tomate sabroso, muy bien acompañado por el queso y con unos hilos de aceite de calidad.
El segundo plato de la entrada, que figuraba en la carta, fue un tartar de sardina de bota con mermelada de tomate. La sardina iba acompañada de alcaparras, pepinillo, cebolla y un fondo de manzana confitada. Un plato espectacular, de sencilla elaboración, pero muy conseguido. Yo lo voy a intentar, por que me encantó.
La tercera y última entrada fue una coca de harina de maíz, con morcilla de arroz, rebozuelos y cebolla asada. Con un poco de tomillo fresco. Un plato también muy conseguido. Conforme avanzaba la comida nos dábamos cuenta que la línea se mantenía, no había ni una bajada en la calidad y ejecución de los platos.
El plato de pescado, que no figuraba en la carta, era salmonetes con infusión de manzanilla y judías verdes con calabacín. Cinco lomos de salmonetes, cinco, en su punto, con unas verduras sabrosas y bien cocinadas. La infusión de manzanilla nos pasó totalmente desapercibida, ya que la buscamos y no la encontramos, pero el plato estaba exquisito.
La carne fue cordero al horno con puré de chirivia especiado delicadamente y puerro frito. El puré me pareció muy delicado y suave. No me imaginaba la chirivia de esta forma. El cordero estaba que se deshacía, muy tierno, yo lo encontré un poquito salado, pero mi compañero de mesa lo encontró bien. Este plato es una especialidad de la casa, mucha gente lo evoca después de mucho tiempo.
El postre, que en realidad eran dos, consistió en un helado de aceite de oliva sobre una torrija. El helado estaba bueno, pero la torrija extraordinaria. El otro era un helado de romero sobre melocotón asado al tomillo. Las dos cosas estupendas. El postre mantuvo el nivel de todos los platos anteriores.
En conclusión, una comida que recordaré mucho tiempo, al menos hasta que vuelva a ir. Todos los platos mantuvieron un nivel muy alto, sin altibajos en ninguno de ellos. Este es uno de esos sitios que me apunto para volver más veces. Supongo que como valoración está bastante claro. Llegar a Viver desde Valencia cuesta exactamente 40 minutos cronometrados, sin sobrepasar nunca el límite de velocidad. No hay excusa.