En el término municipal de Fuentespalda, en la comarca del Matarraña (Teruel) después de recorrer una pista forestal de casi seis kilómetros, te encuentras con esta torre del siglo XIV, en medio de la naturaleza, a orillas del río Tastavins, un remanso de paz en el que, además de un espléndido hotel, tienen un restaurante con un buen nivel en la cocina. Es el hotel y restaurante Torre del Visco.
Las instalaciones están muy bien cuidadas, las vistas desde el comedor inmejorables, mesas amplias y bien vestidas, cubertería traída de Gran Bretaña, los dueños son ingleses; copas de calidad y servicio atento hacen que la comida discurra con satisfacción. La bodega está bien surtida, con bastantes referencias de la zona, sin descuidar las denominaciones más conocidas.
La carta, que se cambia diariamente, según dice la página web del hotel, está estructurada un grupo de primeros, otro de segundos y cuatro o cinco postres, a elegir uno de cada grupo, el precio de este menú son 47 euros más IVA. Las bebidas aparte.
Como detalle destacable he de decir que saben quien ha pedido cada plato, nunca preguntan, te ponen tu plato sin equivocarse. Debe ser algo tan sencillo como anotar el número de asiento que tiene cada uno y asignar el plato pedido. Nos gustó este detalle.
En primer lugar nos sirvieron un aperitivo, un paté de berenjenas ahumadas con sésamo tostado, que estaba excelente. Tuvo mucho éxito entre los comensales. También sirvieron humus, este puré de garbanzos no estaba tan logrado como el de berenjenas.
De primer plato yo tomé un atún poco hecho con ensalada y verduras, que estaba exquisito, en su punto, sabroso y muy tierno, el mejor plato de los que yo pedí. Otros primeros fueron arroz con setas, huevo cocido a baja temperatura, bloque de foie con membrillo.
De segundo tomé solomillo con verduritas guisadas, en su punto, bueno pero sin destacar. Otro segundo destacable era el rodaballo con verduras asadas.
De postres tomé melocotones al vino blanco, que les faltaba algo de sabor, no me convenció. También había brownie o tabla de quesos artesanos de la zona, estos con muy buen aspecto. Para la próxima.
Para beber pedimos un blanco de Belondrade y Lurton, vino con crianza elaborado 100 % con verdejo, en su línea, espléndido de aroma y sabor. También tomamos un tinto del Montsant, Les Sorts vinyes velles 2004, de la bodega Celler el Masroig, vino elaborado con las variedades garnacha, sanso y cabernet, según rezaba en la etiqueta. Lo pedimos por probar la variedad sanso. Vino potente, sabroso y largo, pero no acabó de convencernos. Después tomamos un Ribera del Duero, Emilio Moro, 100 % tinta fina. Vino complejo y más elegante que el anterior. El servicio del vino se limita al descorche y primer llenado de copas.
Los cafés estuvieron correctos, tomados en una sala superior del restaurante.
Un sitio de los que es mejor que no te lo cuenten, pero sólo si estás de paso, no se justifica una visita exclusivamente para comer o cenar.