Este restaurante ya lo conocí en el viaje anterior a Praga, hace once años, y quería volver a visitarlo pues la experiencia en aquella ocasión fue muy gratificante. Está claro que nada permanece inmutable, ni el restaurante ni yo mismo.

El local sigue estando como yo lo recordaba, en eso no ha cambiado. Junto a la plaza Malonstraské número 10, frente a la iglesia de San Nicolás, en Malá Strana, 11800 Praha.

Es pequeño, con las mesas de tamaño adaptado al local, con poca afluencia de clientes, como en la mayoría de los restaurantes que visité en Praga. Está claro que no estuve en los más populares, ni tampoco lo pretendía. A pesar de ser mediodía y con muy buena luz en el exterior, pues el tiempo era espléndido, dentro de la sala del comedor había cierta penumbra.

Las paredes estaban repletas de objetos “decorativos” lo que le daba un cierto aire bohemio y algo inquietante.

La carta de vinos seguía la tónica de lo dicho en la entrada anterior, escasos y caros. Aún así pedimos una copa de vino blanco de la casa para el primer plato.

Como no nos pareció destacable para los siguientes platos pedimos la cerveza, que en general es buena y bastante asequible.

De entrada quisimos probar una tarrina de caviar. No os puedo decir ni la procedencia ni nada, ni siquiera la foto llegó a tiempo. Nos estuvo muy bueno. Precio 307 coronas, unos doce euros. ¡Tirao!

Como segunda entrada tomamos un plato de ahumados, llevados por la curiosidad. Pedimos que nos lo hiciesen mixto, ya que en la carta venían con un solo pescado, y probamos el halibut y el atún. Estaban buenos, suaves y me parecieron de un estilo muy mediterráneo.

Como figuraba en la carta nos atrevimos con un plato de goulash, pensando que aquí nos gustaría más que en cualquier otro lugar (no me preguntéis el porqué). No fue exactamente así. Iba acompañado de las clásicas tortas de pan y bastante salsa.

El otro plato que pedimos fue una brocheta de mezcla de carnes, flambeada con brandy. La mezcla de carnes no parecía tal y el brandy no lo era, se trataba de un licor de 60 grados que hacía las funciones de combustible, dejando un intenso sabor alcohólico en la carne.

En conclusión, tampoco acabamos muy satisfechos, aún siendo de lo mejor que probamos por aquí. Después de haber recorrido unos cuantos restaurantes praguenses, llegamos al convencimiento de que la cocina española está a un nivel bastante alto.

Precio pagado por dos personas, sin postres, 1664 coronas, que al cambio son aproximadamente algo menos de 67 euros, con caviar incluido. Muy barato.