Para nadie es un secreto que Barcelona es todo un mundo en cuanto a oferta gastronómica. Aprovechando el primer puente para los valencianos, al ser fiesta local el 7 de enero, nos embarcamos en el TALGO del viernes y nos plantamos plácidamente en el centro de la ciudad. El tren es una buena y cómoda opción en algunas ocasiones.
No llevábamos unos planes muy definidos y en esta ocasión nos dejamos aconsejar por una amiga. Nos sugirió este restaurante que está en la calle Villarroel 190 en Barcelona 08036, teléfono 934 194 639.
El local es al mismo tiempo enoteca, en la entrada hay una tienda de vinos en la que se puede elegir la botella y con un recargo por el descorche tomarla en la mesa. El restaurante tiene por tanto una buena oferta de vinos y así está reflejado en su carta. Tiene una sala amplia, con una cava climatizada en el centro que, en el momento de seleccionar el vino, traslada una sensación de tranquilidad en cuanto a las optimas condiciones de la botella que vas a elegir. El servicio del vino es correcto, pero se limita a la primera copa. La cristalería es de la marca Riedel. La mantelería muy pobre, caminos de mesa con unos motivos decorativos como si fueran hojas de prensa escrita. Desafortunada elección.
La iluminación es tenue, por una parte resulta relajante, pero también se echa en falta a veces un poco de claridad para apreciar bien lo que te estás comiendo. Yo padecí bastante para hacer las fotografías, ya que nunca utilizo flash.
El personal de servicio de sala era numeroso, a veces se juntaban tres camareros en la mesa, aunque la escasa asistencia de clientes no permite valorar adecuadamente este parámetro. Era sábado por la noche. La atención de la mesa fue muy correcta y el ritmo de salida de los platos adecuado.
La carta está inspirada en la cocina tradicional catalana, es bastante amplia y está basada en la calidad del producto.
Para acompañar a los platos pedimos unas porciones de coca del Maresme. Una base crujiente cubierta de tomate y especiada. Agradable de tomar y ligera.
Aconsejados por nuestra amiga encargamos una ensalada típica denominada “xatonada”. Estaba elaborada con escarola, anchoas, bacalao y adobada con una salsa romescu. Para mí fue de lo mejor de la cena.
Después tomamos una patata con trufa. Media patata cocida con unas láminas de trufa encima. Resultó algo decepcionante, ya que la trufa, aún siendo abundante, carecía del aroma que se espera de ella.
Continuamos con unas alcachofas fritas. Prácticamente corazones de alcachofa, tiernas y en su punto de fritura pero nada más.
El siguiente plato fue fricandó con senderuelas. Demasiada salsa para mi gusto y poco interesante, de hecho el plato no se terminó y era media ración.
Para finalizar los platos salados tomamos media ración de steak tartar. Nos preguntaron si lo queríamos picante o normal, elegimos picante y ¡vaya! estaba bastante picante. Gustó, teniendo en cuenta que el picante es habitual para nosotros, pero creo que se les fue un poco la mano.
De postre tomamos un pastel fino de manzana, muy bien elaborado, parecía que la manzana estaba directamente sobre el plato. Sorprendente y buena elaboración. Cremoso y sabroso.
Para acompañar la cena pedimos un vino de Alicante, para dar a conocer a nuestra amiga lo que se está haciendo por allí. Tomamos un Enrique Mendoza elaborado con las variedades cabernet sauvignon y shiraz. Potente y aromático. Un precio excelente, 15’25 euros en mesa.
El café de los que me gustan, Illy. Éste café es junto con Montecelio y Lavazza los mejores que hoy en día se pueden encontrar en restauración. De los tres me quedo con Montecelio. Lo de Nespresso es una historia aparte que algún día abordaremos.
El precio final me pareció muy ajustado, aún teniendo en cuenta que varios de los platos (4) fueron medias raciones y que éramos tres comensales, pagamos 105’75 euros. Descontando las bebidas, vino y cervezas, el precio medio por persona sale a algo más de 25 euros.
Vale la pena ir aunque sea solamente por disfrutar del espectáculo del vino.