Si tienes ocasión ve a disfrutar de las vistas y la buena cocina del Hotel Botaniq, a mitad de camino entre la playa de Mojácar y Garrucha, no llega a diez minutos en coche desde cualquiera de los dos núcleos de población. Échale un vistazo a sus instalaciones, luego te cuento la comida. Como ves se trata de un restaurante rodeado de una vegetación tropical, con grandes cristaleras que le aportan una extraordinaria luminosidad al comedor. En la foto de la cabecera se aprecia la ambientación inspirada en el extremo oriente. Un sitio para relajarse y soñar.
Pero aquí a lo que estamos es a saber que se puede comer allí. Pues te diré que la carta está asesorada por el chef ejecutivo Juan Manuel Sánchez, y lleva las riendas de la cocina el chef José María González Blanco. Con una base mediterránea elaboran platos con toques muy exóticos como este aperitivo que nos sirvieron antes de empezar a comer, un bocado de atún marinado en soja sobre alga wakame. Rico, rico.
La primera de las entradas que nos pedimos fue este snack de pasta wonton suflado, acompañado de unos langostinos marinados con soja y lima, con un toque de mayonesa de ajo negro, mayonesa de kimchee, teriyaki, sésamo, polvo de gamba, esferas de wasabi, huevas de pez volador, cebolla crujiente y goma wakame. Espectacular y goloso. Lo disfrutamos mucho.
Continuamos con este canelón relleno de confit de pato con salteado de zanahoria y cebolla en su jugo, napado con bechamel ligera de queso brie trufado con crujientes de cacahuetes con miel y reducción de salsa de ternera. Estaba espectacular.
Uno de los platos principales fue este bacalao crujiente acompañado de alcachofas confitadas, guisantes frescos salteados, champiñones en papillote de romero y tomillo, jamón deshidratado, cebolla crujiente y bañado en una salsa al pomodoro. Muy bueno.
El otro principal elegido fue este taco de lubina encostrado al punto, en la base un salteado de pimientos del piquillo con avellanas y sésamo, con un añadido de pico de gallo con cebolla roja sofrito con menta y cilantro, y una emulsión de cítricos y jengibre. Perfecto el punto del pescado y sabroso.
De postre tomamos esta tartaleta de masa sablée, situada en el fondo, rellena de ganache de chocolate con crema de vainilla, al lado helado de té matcha, macarons en el interior de la cúpula, frutos rojos, crumble de chocolate crujiente, láminas de coco y cúpula de chocolate con polvo de oro. Todo un espectáculo y mucho sabor.
El vino que nos acompañó en la comida fue un auténtico Verdejo, uno de los que encarna la esencia de la Denominación de Origen Rueda. Producido por Vinos Sanz, este monovarietal proviene de Finca La Colina, un viñedo singular y terroir diferenciado donde se encuentran las cepas más antiguas de la bodega. Este es un digno representante de la variedad y del buen hacer de la DO. Es equilibrado y refrescante. Su acidez bien integrada le aporta vivacidad, mientras que su cuerpo medio y textura suave lo hacen muy agradable al paladar. Los sabores frutales se confirman en la boca. Me encanta.
Disfruta de este restaurante y su entorno, me lo agradecerás.