Recién llegados a Málaga teníamos ansia por empezar a probar su gastronomía. De las referencias que llevábamos, principalmente de amigos que ya habían estado anteriormente aquí, escogimos este restaurante que nos pareció que nos podía aplacar un poco el deseo de comer pescadito y marisco de estas costas. Así que nos vinimos hasta este barrio que queda un poco fuera de lo que es el circuito turístico malagueño, bien temprano, a la caída de la tarde, y cuando apenas acababan de abrir sus puertas, nos sentamos a la mesa dispuestos a disfrutar como nos gusta.
Queríamos pedirlo todo, pero la carta es extensa, así que nos tuvieron que aconsejar lo más interesante. Entre lo que teníamos muy claro era que queríamos pedir los bolos (Venus verrucosa), que habíamos probado hacía unos años en Estepona, aunque allí los conocen más como escupiña, pero que desde entonces no la habíamos vuelto a ver. Fue un placer. Es un marisco con mucho sabor a mar.
Continuamos con unas imprescindibles gambas a la plancha. Suculentas y jugosas. En su punto.
¿A que es guapa?
Como teníamos ganas de marisco pedimos también unos pinchos de langostinos. Estaban muy gustosos, íbamos bien encaminados.
Continuamos con la fritura, otro de los grandes fenómenos de la cocina andaluza. Con estos boquerones fritos nos despachamos fenomenal.
Unos tiernos salmonetes también pasaron por la mesa y siguieron el camino de sus antecesores.
Para finalizar un rape en dos cocciones. La cola a la plancha y la cabeza frita. Un festín, una delicia. Las mollas que hay en la cabeza producen mucha satisfacción. Ir buscando y encontrar esos tesoros es una agradable recompensa.
Para rematar una tarta de chocolate-chocolate. De pecado.
Salimos muy contentos de esta primera experiencia en Málaga. El lugar ofrece muchas posibilidades en cuanto a oferta en la carta y la atención es muy buena. Toma nota.