De este restaurante hay poco de lo que hablar y mucho de lo que disfrutar
Si quieres ir a este restaurante lo mejor es que vayas antes de que abran para hacer cola. No hacen reservas, así que es la única forma de conseguir sentarse en su barra o en una de las dos mesas que tiene.
¿Por qué tanto éxito? Por la calidad y frescura de su materia prima, recién traída de la lonja y del mercado. El día que no hay pesca, el restaurante no abre. Así de claro.
Mi sorpresa, cuando me situé en la barra fue que, sin pedir nada, de repente tenía un plato de mejillones recién hechos delante de mí. Y la consiguiente pregunta ¿qué queréis beber?
El siguiente plato fueron estos calamares, pero la pregunta ya fue ¿os apetece? Lo anterior no era una imposición sino un "Si quieres lo tomas y si no se lo doy a otro".
Cuando apareció este espectacular plato de gamba roja no le di tiempo a preguntar si la queríamos, le hice sitio en la barra inmediatamente para que se quedase con nosotros ¡La fama de esta gamba es muy merecida!
Parecía que después de la gamba ya no había nada que nos hiciera disfrutar tanto, pero aquí estaban estas sepietas o sepionets que nos invadieron de sabor el paladar, casi consiguiendo que olvidase las gambas de antes. Casi.
Una fritura de pescado siempre me resulta un plato goloso, que me sacia. Y tratándose de pescado tan fresco, fue muy bien recibido.
El final del carrusel fueron unas exquisitas cortadas de rape a la romana.
Repasando el pase de los platos, lo que parecía un servicio aleatorio, sin planificar, se ha revelado como un plan muy bien estudiado. No hubo ninguna incoherencia, cada plato se correspondía en su orden con respecto al anterior.
Un mago de la barra. Lástima que sea tan complicado entrar.