Llevaba tiempo queriendo ir a este restaurante, pero sabiendo que se iban a cambiar de local estaba esperando a que estuviesen instalados y aclimatados, pero un imprevisto nos hizo decidirnos por acudir a él. Ahora están en la calle Eolo número 7, teléfono 963 936 301. Y hacia allí que nos dirigimos.
La sala es la misma que existía cuando se llamaba envero, los cambios son mínimos. El mejor, para mí, es la sustitución de los caminos de mesa que había anteriormente por unos buenos y amplios manteles blancos. En este sentido soy un clásico, que quieres, no me gusta apoyar los brazos en la mesa desnuda. Es moderno, pero nada impide que debajo del camino de mesa exista un buen mantel.
Las mesas están bien equipadas, buena vajilla y cubertería, copas adecuadas, marcas Schott Zwiesel y Spiegelau.
El servicio perfecto. La atención de la jefa de sala exquisita, muy flexible en cuanto a nuestras pretensiones, igual respecto de platos como de vinos. El ritmo de servicio bastante adecuado, tanto de los platos, como del pan y de las bebidas.
La carta de vinos es muy extensa y muy bien equilibrada, con unos precios bastante ajustados.
Como solo hace dos días que abrieron, de momento únicamente existen en carta unos menús de distinta extensión. Aunque te ofrecen la posibilidad de tomar a la carta algunos de los platos de los menús.
Nosotros elegimos el menú largo, por un importe de 46 euros más iva. Estaba compuesto de los siguientes platos.
Dos aperitivos muy originales y exquisitos. El primero consistía en un mejillón con un puré de apio y nabo, con una huevas de pescado. Un conjunto de texturas y sabores muy interesantes. El otro consistía en una ensalada de salmón con crema de queso mascarpone con pepino y cebollino picados. Un principio con mucho nivel y originalidad.
Les siguió un consomé de marisco con setas enoki blancas y polen, acompañado de verduras. El consomé con un sabor muy suave pero reconocible y original la combinación de elementos. Llamó mucho la atención el polen en el consomé.
A continuación un gazpacho andaluz de verduras y frutas con atún crudo. Una reinterpretación de un plato tradicional, que gana mucho en con la incorporación de las frutas y el atún.
Después vino un carpaccio de presa ibérica con helado de parmesano y queso hilado, acompañado de frutas y brotes tiernos. Es un plato algo desequilibrado, ya que el carpaccio queda enmascarado por el queso y las frutas. Me pareció el más flojo de todos. Tengo que decir que la presa ibérica es una pieza de carne a la que no acabo de encontrarle el mérito que se le atribuye.
El sexto plato era una porción de pulpo a la brasa, con mozzarella y un caldo de jamón ibérico. Todo estaba muy bien, pero nos llamó la atención el buen sabor del caldo. Por la forma del plato el pulpo era un poco difícil de cortar, pero nos hicimos con él.
Llegó el turno del plato de pescado, un trozo de dorada de playa con calabaza, arbequinas y salsa de tinta. Muy original, ya que la dorada, siendo un pescado suave, iba acompañada de elementos de sabor más bien fuerte. Un rizo de ajo tierno encima, las arbequinas deshuesadas y la salsa de tinta. Le acompañaban un espárrago y un trozo de calabaza. Calificaría el plato como algo barroco, por la cantidad de elementos tan dispares que acompañan a la dorada. Tal vez la salsa de tinta y las aceitunas hubiera sido suficiente, o una verdura, nada más, el ajo rizado, por ejemplo. Aún así estaba bueno. Reflexionando sobre el tema, creo que sí, el espárrago y la calabaza le sobran, según me parece a mí.
El plato de carne era carrillera de ternera con puré de manzana reineta y chalota. La carne muy tierna, fácil de cortar y deshaciéndose en la boca. El puré de reineta en un punto perfecto. Un plato muy redondo.
Un detalle que me llamó la atención es que hay cebollino picado en todos los platos. Me gusta el cebollino, pero creo que se tendría que buscar alguna alternativa para dar variedad, hay muchas hierbas aromáticas para combinar con otros tantos platos, incluso a veces mejor que el cebollino. Pero admito que es una cuestión de gustos.
Para beber, empezamos tomando un par de copas de cava, con las entradas y hasta llegar al pulpo. Después nos pasamos al tinto de Castaño Colección, vendimia 2004, DO Yecla, 80% monastrell y 20% cabernet sauvignon. Nos fue decantado para conseguir una pronta aireación. Resultó un vino todavía afrutado, con interesantes aromas de la madera, café, regaliz y frutas negras. Evolucionó en la copa de maravilla, mostrando un abanico aromático muy amplio. 23 euros. Es un vino demasiado potente para alguno de los platos que tomamos con él, pero preferimos esto antes que tomar un vino demasiado ligero con la carrillera o con el carpaccio de presa ibérica.
El primer postre era una salsa de chocolate blanco, con fruta de la pasión y melón. Fantástica trilogía, en la que se oponían armónicamente el dulzor del chocolate con la frescura ácida de la fruta de la pasión y un punto intermedio de unión en el melón, fresco y dulce a la vez.
El postre final fue un brownie de chocolate con unas quenelle o croquetas de cacao y una gominola de azafrán. Muy sabroso. El dado amarillo que hay en la esquina izquierda de la foto nos pareció un trozo de melón con azúcar y sal. Seguimos desconcertados. El acompañamiento de las frutas, uva, frambuesa y arándano le daban el contrapunto ácido necesario a un plato tan dulce.
Para acompañar al postre pedimos una copa de oporto, un vintage 2001 de Quinta do Infantado. Un oporto ligero, color guinda, capa alta, aromas de frutas negras.
En conclusión un buen restaurante al que le auguro una buena trayectoria, que mejorará sensiblemente a corto plazo, en cuanto se hayan aposentado en el nuevo local. Poder comer a la carta es imprescindible, seguro que dentro de poco es una posibilidad en Apicius.
