La mejor prueba de que un sitio te gusta, es que acabas volviendo, aunque no te quede al lado de casa, como es este el caso. Aunque yo no puedo decir que me importen los kilómetros para ir a comer a cualquier restaurante. Bueno depende de cual.
He repetido en Casa Manolo, ya estuve en abril, quedó constancia aquí. Como ya hice en su momento la descripción del local, no voy a repetir lo de la estupenda bodega que tienen, ni el tamaño ideal de las mesas y su equipamiento, con cristalería Riedel, buenos manteles y cubertería. La marca de la vajilla sigo sin saberla, pero parece que no es una sola marca, ya que utilizan diferentes modelos según el tipo de plato que sirven.
Del servicio solo decir que es atento y profesional, íbamos con un niño, además había algunos más en el comedor y no se les vio ningún gesto de desagrado, a pesar de que había bastante movimiento alrededor de las mesas. Incluso algún vaso roto en una mesa cercana, lo normal cuando hay niños.
Manolo, el jefe de sala, pendiente de todos los detalles, amable y resolutivo.
Sobre la carta poco que añadir, que resulta un problema decidirse por lo que quieres tomar, al menos a nosotros, íbamos cuatro y nos costó bastante tomar una decisión.
Aunque tienen platos de carne bien atractivos, predomina la cocina marinera. Dada la ubicación es lo más razonable y lo que uno espera encontrar.
Los postres se merecen un apartado especial. Ya lo comentaré.
La carta de vinos, en consonancia con la bodega acristalada en el comedor, a la vista de los comensales, no defrauda en absoluto. Vinos, cavas, generosos para todos los gustos, incluidos franceses y alemanes. Seguro que me dejo algo.
Nosotros pedimos dos botellas de Naia 2006, 20 euros botella, DO Rueda. Joven, cítrico y floral. El servicio del vino fue casi perfecto, ya que tuvimos que pedir en alguna ocasión que nos rellenaran las copas, no sé si bebíamos muy deprisa o ellos tenían demasiado trabajo. Agosto en la playa. Además la segunda botella no nos la dieron a catar. Hay que decir que el sumiller no estaba, tal vez fuese su día de descanso, los lunes suele ocurrir.
Entre lo que nosotros pedimos y alguna sugerencia de la casa, tomamos lo siguiente.
De aperitivo una copa de gazpacho andaluz con guacamole.
De entradas, buñuelos de bandada de bacalao, estos son fijos para mí.
Un corte de foie, 4 euros, bocado individual, como se anuncia en la carta, entradas para uno, y hay otro apartado de entradas para compartir.
A continuación unas cocochas de bacalao espléndidas. Abundante ración además.
Después, siguiendo con las entradas para compartir, calamarcitos con salsa de cacao. Tiernos y originales, muy buenos. 12 euros cada entrada para compartir.
Navajas gallegas a la plancha, muy buenas, y para terminar con las entradas ensalada de bogavante, había bogavante. 24 euros la ensalada.
En este momento nos sirvieron un sorbete de limón que vino muy bien.
Llegó el turno de los segundos platos, sin proponérnoslo pedimos cuatro pescados diferentes.
Tomamos, un lenguado de playa, una ventresca de atún, un rape envuelto en patata y un mero en all i pebre. 24 euros el plato.
Todos muy buenos, la ventresca en su punto, los demás hubiésemos preferido que estuvieran menos hechos, pero no lo especificamos.
Es algo que no acabo de entender bien. En la mayoría de las carnes se pregunta el punto que cada uno quiere, igual que con el atún, que uno casi no sabe si es carne o pescado, pero con el resto de pescados nunca se pregunta ni decimos como lo queremos. Habrá que acostumbrarse a pedir, “a mi el lenguado vuelta y vuelta”.
Los postres muy bien elaborados, dos de ellos hay que pedirlos al principio de la comida ya que requieren tiempo para su elaboración. Uno era un pastel de hojaldre con pera de “La Jalancina” una excelente fábrica de frutas envasadas, famosa sobre todo por sus melocotones en almíbar.
El otro postre era bizcocho fluido de chocolate, tipo coulant. Muy bien realizado, lo digo con conocimiento de causa, lo he intentado hacer varias veces y me sale, pero no como a ellos.
Uno de los postres que no requieren encargo previo es la sopa de fresas con helado de yogurt. Tenía muy buena pinta y debía estar bueno por que fue visto y no visto.
El otro postre, que me pedí yo, fue la torrija caramelizada. Excelente textura, tierna por dentro y crujiente por fuera, acompañada de un helado de leche.
Como se ve, con los postres también le dimos un buen repaso a la carta.
Para acompañar a los postres tomamos un vino de hielo canadiense, Jacksons Triggs, Península de Niágara. Variedad vidal, es junto con la riesling, las variedades más habituales para la elaboración de estos vinos.
Lo que nos encontramos en la copa fue un vino de 10,5º, cosecha 2003, de color dorado oscuro, con una concentración de azúcar muy elevada, pero fresco al paladar, nada empalagoso, con aromas a pasas, naranja confitada, miel y cítricos. Una delicia para acompañar a los postres o viceversa.
Para finalizar unos gin tónics muy bien elaborados, con hielos aromatizados y un mojito de frutos rojos, exquisito y original.
En conclusión, una comida estupenda, en primera línea de la playa, cómodamente sentados y muy bien atendidos. Relación calidad precio excelente.
Después un buen paseo por la playa antes de coger el coche.