Durante el pasado mes de noviembre el restaurante La Salita celebró su cuarto aniversario con un menú especial que ofreció durante todo el mes. Está en la calle Séneca número 12 de 46021 Valencia, teléfono 963 817 516.
El interior del restaurante está decorado en blanco y negro, con la cocina a la vista a través de una mampara de cristal, así como la bodega, las mesas muy bien vestidas y equipadas, con copas Spiegelau. Lo único que no me gusta es que hay zonas con muy poca iluminación y en esta ocasión me ha tocado por allí, la próxima vez elegiré, si me dejan, otro lugar.
De la bodega he de decir que está bien surtida, con abundantes referencias para todos los gustos y un muy buen asesoramiento de personal que ejerce de sumiller. En nuestro caso nos maridaron los primeros platos con distintos blancos y en todas las ocasiones, excepto el verdejo, estuvo muy bien. El primero con los aperitivos fue un blanco seco de malvasía 100% de la Bodega Los Bermejos de Lanzarote. Para los siguientes platos nos pusieron un Monsalve, 100% verdejo de la DO Rueda. El tercer blanco que tomamos, con el bacalao, fue el Dido elaborado por Sara Pérez en la Bodega Venus la Universal de Falset, con garnacha blanca y macabeo, de la DO Monstsant. Un vino que me encantó. También elegimos un tinto para los platos del final de la cena, Matsu de la DO Toro, vino que me descubrió mi amigo Ernesto de L’Entiscar.
El menú consistía en un picoteo a base de seis aperitivos con bastante acierto, sobre todo destacó el primero por su originalidad, un gazpacho burbuja. Lo que parece una copa de cava con unas verduras, es en realidad un gazpacho andaluz auténtico con un efecto de bebida espumosa muy refrescante. Había también otro aperitivo denominado “El calentito” que consistía en un consomé acompañado de una croqueta. El sabor de la croqueta lo encontré algo fuerte.
Estaba presente también el tradicional chip de sardina, típico aperitivo de este restaurante que está muy conseguido.
Una porción de costilla de cerdo con salsa barbacoa, acompañada de una patata brava estilo Sergi Arola. Estupendo el cerdo y sorprendente la patata, crujiente por fuera y blanda por dentro, acompañada de su ajoaceite.
Una micro ensalada césar con anchoas caseras. Plato original y con buena presentación, con un equilibrio de los ingredientes que parecía imposible que hubiese llegado a la mesa sin desmoronarse. Todos los elementos de la ensalada estaban allí, incluidos los costrones de pan frito que servían de base a todo el conjunto.
Para finalizar con los aperitivos una versión del bocadillo de jamón con tomate. Era un cucurucho crujiente que contenía tomate esferificado y lascas de jamón Joselito. El bocado estallaba literalmente en la boca. Buen efecto y sabor.
El primero de los platos principales fue los ravioli crujientes de rebollones con crema de calabaza asada, globo de mozzarella relleno de espuma de espárragos y aroma de trufa. Impresionante la presentación, pero el globo de mozzarella se quedó en eso, mejor los ravioli.
Después un arroz de berberechos, navajas y jengibre con carpaccio de pulpo y aire de lima. Buenos ingredientes y sabores sutiles, demasiado sutiles.
El plato estrella, para mi gusto fue el del bacalao, cocinado a baja temperatura con perlas de pimientos asados, carbón de olivas negras y crema intensa de caldo de jamón y puerros, todo ahumado en frío con virutas de albahaca. Muy barroco pero perfectamente conjuntado. Servido bajo una campana de cristal conteniendo el humo de la albahaca.
A continuación el bombón de foie con helado de pan de especias. Me ocurrió algo curioso con este plato, la expectativa al verlo fue muy alta, al probarlo un poco de desconcierto, luego un atisbo de entendimiento y al final satisfacción. Todavía sigo pensando en él sin saber si me gustó mucho a menos. Un plato para la polémica.
El último plato antes de los postres fue el cochinillo confitado con salteado de alcachofas, su jugo y naranja. Crujiente por fuera y tierno por dentro. Me gustó mucho, no me causó las dudas del anterior.
El primer postre un mojito deconstruido. Muy refrescante.
Después una fiesta de chocolate. Chocolate en varias texturas muy conseguido.
Al final el plato que estaba deseando. Me encanta el queso. Era una tabla muy bien ilustrada, ya que venían con una ficha de cada uno de ellos muy detallada. Contenía Brie de Meaux, de leche de vaca cruda, de forma cilindro plano, corteza mohosa blanca, aroma frutal. Pont l’Eveque, de leche de vaca, forma cuadrada con pasta beige o anaranjada. Morbier, se caracteriza por sus dos capas separadas por ceniza. Corteza de color entre gris y beige anaranjado. La pasta de color marfil. Roncal, de leche de oveja lacha y rasa. De pasta blanco amarillenta y corteza dura. Mahón, leche de vaca, la pasta de color que va del blanco al amarillo anaranjado, según el grado de maduración. Gamonedo, leche de cabra, vaca y oveja, se ahuma y se madura entre dos y cinco meses. Corteza natural, adquiere el color de los hongos de la cueva.
Una cena para recordar durante bastante tiempo. La composición de los platos es espectacular y muy cuidada. Muy buen servicio de sala.
Precio del menú 50 euros más iva, con vinos y cafés 83 euros por persona, incluido el iva.