Pulpo seco y erizos, mi tándem en Sendra
Me gusta ir a Sendra cuando es temporada de erizos. Reconozco que es pronto, aunque ahora ya se encuentran en condiciones de disfrutarlos, pero la mejor época es en los meses de enero y febrero, que es cuando están en su plenitud, sus yemas son más grandes y sabrosas, son puro sabor a mar. Hay quien les añade unas gotas de limón o lima y aceite, me parece un sacrilegio, aunque para gustos los colores. Enmascarar un sabor tan delicado es una lástima. No obstante es habitual encontrarlos formando parte de múltiples recetas, a las que les aportan una melosidad deliciosa y elegante. Creo que se pueden equiparar, en cuanto a su delicado sabor, con el caviar. Seguro que alguno se ha rasgado las vestiduras. Pero yo prefiero un erizo a una cucharada de caviar. Aunque me puedo comer las dos cosas seguidas.
En cuanto al pulpo seco, pasa como con tantas otras cosas, mucha gente defiende el origen de esta tradición culinaria, por ejemplo en Adra (Almería) hay una iniciativa no de ley elevada a la Junta de Andalucía para declarar este producto como denominación de calidad diferenciada “Pulpo seco de Adra”, como si secar el pulpo no fuera una técnica ancestral extendida por todo el mediterráneo. Otra cuestión, que abordaremos después, es la manera de llevarlo a la mesa. En Sendra es típica la imagen de los pulpos secándose al sol al lado del mismo restaurante. Y está fuera de toda duda el arraigo de esta tradición por toda la zona de la Marina Alta.
Aunque habíamos venido por los erizos, aprovechamos el viaje para tomar algunas de las entradas que nunca nos fallan en Sendra. Lo primero, sin duda, los erizos. Frescos y muy sabrosos. Hay que probarlos, es lo mejor que se puede hacer, más que hablar de ellos. ¡Ánimo!
Después, sin falta el pulpo seco. En La Marina se hace a la llama, de ahí su puntito de amargor por el chamuscado, pero es su principal característica, la cual se combina con unas gotas de limón y un buen aceite de oliva, lo que le da al plato esa impronta tan peculiar y que lo hace diferente. Es adictivo, como las pipas de girasol.
Otro de los manjares que nos gusta comer en Sendra son los sepionets a la plancha (sepia pequeña). Los sirven enteros, incluso con las tripas, la tinta y la pluma o barca, la parte calcárea del interior, su esqueleto. ¡Sabrosísimos! Hay que andar con cuidado pues la pluma es frágil, por ser tan pequeña, y se puede romper con facilidad, lo que hace que mastiques algo de calcio extra, que para nada es nocivo, al contrario. Siempre no tienen sepionets, pero cuando hay, el festín es completo.
Para rematar preguntamos por un pescadito a la plancha, nos ofrecieron un pequeño rodaballo, pequeño sin duda, pero como íbamos de picoteo era adecuado. Así que para finalizar cayó el pobre en nuestras garras. Exquisito y tierno.
Como es mi costumbre últimamente, soy presa de las modas también, para el aperitivo me pido un vermut, a ser posible desconocido para mí, y en esta ocasión me han sorprendido muy gratamente. Un vermut de Madrid del que no tenía ninguna noticia. “El Vermú de papá”. Y del que tampoco hay noticias en Internet. Es un vermut amable, fácil de beber, pero no por eso inexpresivo.
Por las noticias que me dió el camarero es una primicia, estaremos pendientes de su trayectoria.
Para beber un clásico de toda la vida, no había ganas de arriesgar. Cumplió perfectamente, como siempre. Fresco, serio y elegante.
En definitiva, una comida sencilla pero muy gratificante. Redonda. Es importante saber que hay que pedir en cada lugar. En Sendra esto no falla.