Era viernes y nuestro amigo Carlos nos propuso comer en este restaurante, que lo hemos catalogado como de cocina conquense, dentro de la ruta por las cocinas regionales y étnicas de Valencia que hemos emprendido.
Está en la calle Amadeo de Saboya número 28 de Valencia 46010, teléfono 963 611 758. El aparcamiento no es fácil, está cerca del campo de Mestalla, pero tiene casi en la puerta una parada de metro de las líneas 3 y 5, parada Alameda, salida Amadeo de Saboya.
Tiene una entrada que invita a pasar, ya que tanto en el escaparate exterior como enfrente de la barra hay una abundante exposición de vinos. Vinos que efectivamente están expuestos a la vista y a los cambios de temperatura y humos de tabaco, por eso conviene elegir de los que están más bajos en la vitrina de la entrada, un poco más resguardados, aunque los de más calidad se encuentran en una cava climatizada bien protegidos de todo eso.
La decoración tiene detalles de taberna, con carteles taurinos, de bodegas y vinos. Además está la antigua máquina para elaborar agua carbonatada, la denominada agua de seltz, una reliquia. El local es estrecho y las mesas se encuentran bastante juntas.
Las mesas equipadas con manteles y servilletas de papel, con las omnipresentes copas ARC France, al menos de buen tamaño. Los platos se cambian alguna vez pero no los cubiertos.
El servicio es atento y cordial. No existe carta, todo es cantado, tanto los platos como los vinos, que a los sumo se pueden ir a elegir de los anaqueles mencionados. Hay cuatro vinos de la casa bien escogidos, para lo que se ve por otros sitios, uno de Rioja, uno de Ribera del Duero, uno de Alicante y uno de Utiel-Requena.
Nosotros escogimos un Puerto Salinas 2005 de Bodegas Sierra Salinas de Alicante, elaborado con las variedades monastrell, cabernet sauvignon y garnacha tintorera, con una crianza de 12 meses en barrica de roble francés. Su precio 18 euros. Lo encontramos bastante bueno, complejo en nariz, con los aromas de la fruta y de la crianza, y agradable en el paso de boca.
El aceite de la mesa de Baena, de buena calidad.
De aperitivo nos sirvieron unos trozos de sobrasada y tocino salado, ambas cosas estaban muy sabrosas, como debe ser.
Para empezar a comer pedimos una ensalada de tomate raff, con tronco de atún y ajos confitados. Estaba realmente buena. Los tomates auténticos, no como esos que venden por ahí como si lo fueran.
Continuamos con el gazpacho manchego, que habíamos encargado. Dos raciones para cinco. Estaba bien de sabor, con la carne desmenuzada, pero sin nada del caldo de origen, totalmente compacto y demasiado cocido. No me resultó agradable de comer por esa sensación tan pastosa en la boca. El gazpacho opino que se debe cocer en el momento, como la pasta y el arroz, como hacen en muchos sitios.
Seguimos con un plato al centro, una ración, de ciervo guisado. Estaba tierno y con buen sabor pero algo salado y bastante picante.
Después una ración de conejo en escabeche, debía ser de monte pues estaba algo duro. Este plato fue el que menos gustó, al menos a mí.
Para acabar con los platos salados nos sirvieron unos trozos de bacalao rebozado que estaban muy buenos. Todo en su punto, tanto la sal como la textura, tiernos, jugosos y sabrosos, sin duda lo mejor junto con la ensalada de tomate.
De postres pedimos un surtido variado. Un helado de turrón, que no levantó expectación.
Un arroz con leche demasiado apelmazado y un sabor poco llamativo.
Un poco de “arrop i tallaetes”
Y una panacota que tampoco entusiasmó. Los postres flojos.
En conclusión, después de lo visto pensamos que lo mejor de allí debe ser tomar salazones, quesos y embutidos, igualmente las conservas de calidad que tienen, como ejemplos el atún de la ensalada y la sobrasada que probamos. Las raciones son generosas, eso sin duda. Con lo que comimos quedamos satisfechos y los precios muy ajustados. La comida de los cinco con dos botellas de vino costó 119 euros, 24 euros por persona. A destacar el bacalao rebozado.