Para ir a comer todos los días

Cuando cruzas dos o tres palabras con Miguel Oria, cocinero y propietario del restaurante, enseguida percibes que allí te vas a encontrar honestidad, autenticidad y pasión. Tiene una personalidad abierta y no se muerde la lengua con ningún tema, tiene sus principios y es consecuente con ellos. Pero lo importante es que mantiene su negocio en pie, a pesar de las dificultades actuales, con esa misma filosofía. Hace una cocina inteligente, sencilla y bien concebida, sin necesidad de malabarismos, para que los que se acercan a su mesa simplemente disfruten. El local refleja el temperamento de Miguel, es claro, diáfano, genuino y acogedor. La nota de color de la sillería le aporta el contrapunto necesario para que el conjunto resulte bastante armónico. Las paredes de ladrillo visto también contribuyen a ello.

A mediodía se ofrece un menú del día, con tres primeros y tres segundos a elegir uno de cada, más el postre. Por un precio de 13 €. Como nosotros éramos tres pudimos probar todos los platos del menú.

Para la noche dispone de otras elaboraciones a la carta, entre las que se encuentran los panes bao, con distintos rellenos,  samosas, ensalada con queso y jamón de recebo, lomo de vaca trinchado, ensaladilla, etc... Queda pendiente una visita por la noche.

¿He dicho que es inquieto y consecuente? Pues también; cuando algo no le gusta lo cambia y no se plega a los intereses y presiones comerciales de las grandes marcas. La oferta de cervezas es una prueba de ello. Tiene para todos los paladares. Ambar en el grifo y dos IPA en botella, una de ellas de Massanassa (Valencia) Alegría del Mediterráneo, una pale ale 1900 de Ambar, de alta fermentación, y la extrema Ambiciosa 10 de Ambar, con diez variedades de lúpulo y 10º de alcohol. Vamos, para todos los gustos ¡Ah, y una Tyris con calabaza!

Como se ve la carta de vinos es muy artesanal y así se mantiene siempre actualizada. Es corta, pero tiene referencias que pueden convencer a casi todo el mundo, porque está hecha con la cabeza, hay un importante predominio de vinos de la Bodega los Frailes, lo cual es una garantía, y alguna referencia de Requena, Bierzo, Ribera del Duero y Rioja, entre los tintos. En blancos, hay solamente cuatro opciones de momento, el Trilogía de Los Frailes (Fontanars dels Alforins), dos Ruedas y un Bierzo. El inmovilizado de las bodegas de los restaurantes es difícil de soportar si no hay bastante rotación o salida.

El vino elegido por nosotros fue el blanco del Bierzo. Baloiro 2018, elaborado con uvas de godello, doña blanca y variedades antiguas de Jerez, por la Bodega Luzdivina Amigo en Parandones, DO Bierzo. Un vino fresco, aromático y persistente en boca. Un acierto.

Empezamos los menús con unos mejillones gallegos en salsa marinera. Sabrosos, con aroma a mar limpio y en su punto justo de cocción.

El siguiente plato era una tosta de queso brie con membrillo y canónigos aliñados. Sencillo y bien armonizado.

A continuación unos tacos de maíz con tinga de pollo y pico de gallo. Exquisitos.

Para alegrar los tacos había opciones en cuanto a salsas picantes, Sriracha (tailandesa), salsa de chile (china) y chipotles molidos (mexicana). Yo usé ésta última y me encantó.

Arroz al horno de cocido, con sus garbanzos y su ropa vieja.

Rodaballo asado con cremoso de chirivía, bimi (un híbrido entre el brócoli y una col oriental) y sésamo negro. Un buen colofón de los platos salados.

De postre migas de brownie y galletas de canela, espuma de plátano, helado de vainilla y almendra troceada. Una delicia.

Todos hemos tomado algunas veces un menú del día y sabemos perfectamente cómo resulta, habitualmente. Pero aquí hay un plus. Hay ganas de hacer las cosas bastante mejor y de mantener la dignidad de una comida sencilla que no tiene porque rebajar su calidad.

Nos falta probar la carta de la noche.