Pues sí, comiendo se aprende mucho de gastronomía
Vamos a puntualizar. El acto consciente de comer educa el paladar y amplía los conocimientos básicos sobre nutrición y cocina. El que come con los cinco sentidos se está preguntando en cada momento qué es eso que tiene delante, qué aromas le llegan, y cuáles son los sabores y texturas que percibe en la boca. Y además, lo más probable, es que quiera averiguar cómo está hecho. Con todo eso se aprende.
El que se sienta a comer, en un local de moda, con poca luz, música por encima de lo razonable, y pide los platos que le han dicho que tiene que pedir, los más extraños o exóticos de la carta, ese solo ha ido a que lo vean y para poder contar que ha estado en tal sitio. Pero no sabe comer.
Hay otro grupo mayoritario, aquel que sale los fines de semana a restaurantes con buena relación calidad-satisfacción-precio. Para el que ir a comer es exclusivamente un acto social, que hace que los días festivos sean diferentes a los del resto de la semana, y que suele pedir invariablemente, casi siempre, los mismos platos o parecidos. Todos mis respetos para ellos, buscan pasar un buen rato y la comida no es lo importante.
Cada uno disfruta del acto de comer de la forma que más le interesa, pero, sin duda, el primer grupo se va enriqueciendo con sus experiencias y va a conseguir acumular más sapiencia culinaria, lo que a su vez le va a reportar más satisfacción. Es una situación que genera un crecimiento en espiral.
A estas alturas, supongo que a alguno ya le habrá salido urticaria por lo que acabo de decir, aunque imagino que entre la mayoría de los lectores del blog mi opinión no les resultará incómoda. Calma, no deja de ser una opinión personal, forjada después de algunos años de observar la realidad gastronómica de la sociedad en la que me encuentro. Pero no soy el oráculo, y podéis seguir tranquilos con vuestras costumbres. Ésto solo es un pensamiento en voz alta.
En este asunto, no hay nada que me resulte más gratificante que ver a un niño comiendo en la mesa junto a los adultos, probando con curiosidad aquellas cosas que le pueden resultar desconocidas y disfrutando o no de la experiencia. Lo importante es ese instinto investigador que le va a permitir saber en adelante lo que le gusta, lo que no, y el porqué.
Tengamos la mente abierta, como esos niños. Probemos cosas nuevas sin prejuicios, pero también volvamos a disfrutar de los platos de siempre, buscando en ellos algo que nos haya pasado desapercibido en anteriores ocasiones. Un plato cambia según el ambiente, el clima, nuestro estado de ánimo o el cocinero que lo ha elaborado.
Si ponemos los cinco sentidos cuando comemos, y escuchamos, con humildad, a nuestros compañeros de mesa, siempre aprenderemos algo nuevo. Y seremos más felices.